domingo, 26 de diciembre de 2021

Katherine Mansfield por Laura Wittner

 

Katherine Mansfield (Wellington, Nueva Zelanda, 1888 - Fontainebleau, Francia, 1923)

Pájaro de invierno, traducción de Laura Wittner, selección y edición de David Wapner y Roberta Iannamico, ilustraciones de Ana Camusso, Villa Ventana, Editorial Maravilla, col. Los Libros del Lagarto Obrero, 2021.










Winter song


Rain and wind, and wind and rain.

Will the Summer come again?

Rain on houses, on the street,

Wetting all the people’s feet.

Though they run with might and main.

Rain and wind, and wind and rain.

 

Snow and sleet, and sleet and snow.

Will the Winter never go?

What do beggar children do

With no fire to cuddle to,

P’raps with nowhere warm to go?

Snow and sleet, and sleet and snow.

 

Hail and ice, and ice and hail,

Water frozen in the pail.

See the robins, brown and red,

They are waiting to be fed.

Poor dears; battling in the gale!

Hail and ice, and ice and hail.



Canción de invierno

 

Viento y lluvia, lluvia y viento,

¿cuándo acaba este tormento?

Llueve sin parar ni un rato

y se mojan los zapatos

aunque estén en movimiento.

Viento y lluvia, lluvia y viento.

 

Nieve helada, helada nieve,

que el invierno se la lleve.

¿Y los niños sin hogar,

sin un fuego ni un lugar

donde el frío sea más leve?

Nieve helada, helada nieve.

 

Hielo y piedras, piedras, hielo

se congela el pasto, el suelo.

Los petirrojos, mojados

quieren ser alimentados,

¡pobrecitos, sin consuelo!

Hielo y piedras, piedras, hielo.





When I was a bird

 

I climbed up the karaka tree

Into a nest all made of leaves

But soft as feathers.

I made up a song that went on singing all by itself

And hadn’t any words, but got sad at the end.

There were daisies in the grass under the tree.

I said just to try them:

“I’ll bite off your heads and give them to my little children to eat.”

But they didn’t believe I was a bird;

They stayed quite open.

The sky was like a blue nest with white feathers

And the sun was the mother bird keeping it warm.

That’s what my song said: though it hadn’t any words.

Little Brother came up the patch, wheeling his barrow.

I made my dress into wings and kept very quiet.

Then when he was quite near I said: “Sweet, sweet!”

For a moment he looked quite startled;

Then he said: “Pooh, you’re not a bird; I can see your legs.”

But the daisies didn’t really matter,

And Little Brother didn’t really matter;

I felt _just_ like a bird.



Cuando fui pájaro

 

Me trepé al árbol de karaka

llegué hasta un nido hecho de hojas

suaves como plumas.

Inventé una canción que siguió cantándose sola

y no tenía letra pero al final se volvía triste.

Debajo del árbol había margaritas

y las quise provocar:

"Les voy a arrancar la cabeza para alimentar a mis pichones".

Pero no me creyeron que era un pájaro;

siguieron de lo más abiertas.

El cielo era como un nido azul con plumas blancas

y el sol era la mamá pájara que le daba calor.

Eso decía mi canción, aunque no tenía letra.

Vino Hermanito por el pasto, con su carretilla.

Me hice alas con el vestido y me quedé muy quieta.

Cuando estuvo bien cerca dije: "¡chiqui, chiqui!".

Por un momento se sobresaltó;

después dijo: "Buu, no sos un pájaro; se te ven las piernas".

Pero qué me importaban las margaritas

y qué me importaba Hermanito.

Yo me sentí todo un pájaro.





There was a child once

 

There was a child once.

He came to play in my garden;

He was quite pale and silent.

Only when he smiled I knew everything about him,

I knew what he had in his pockets,

And I knew the feel of his hands in my hands

And the most intimate tones of his voice.

I led him down each secret path,

Showing him the hiding-place of all my treasures.

I let him play with them, every one,

I put my singing thoughts in a little silver cage

And gave them to him to keep ...

It was very dark in the garden

But never dark enough for us. On tiptoe we walked among the deepest

shades;

We bathed in the shadow pools beneath the trees,

Pretending we were under the sea.

Once--near the boundary of the garden--

We heard steps passing along the World-road;

O how frightened we were!

I whispered: “Have you ever walked along that road?”

He nodded, and we shook the tears from our eyes....

There was a child once.

He came--quite alone--to play in my garden;

He was pale and silent.

When we met we kissed each other,

But when he went away, we did not even wave.



Hubo una vez un chico

 

Hubo una vez un chico.

Venía a jugar en mi jardín;

era callado y pálido.

Sólo si sonreía yo lograba entenderlo,

sabía qué tenía en los bolsillos,

sabía cómo eran sus manos en mis manos

y los más íntimos tonos de su voz.

Lo llevé por los senderos más secretos,

le mostré dónde escondía cada tesoro.

Lo dejé jugar con todos, uno a uno,

metí en una jaula de plata mis pensamientos cantores

y se los di para que los guardara...

Estaba muy oscuro en el jardín

pero esa oscuridad nunca nos era suficiente. En puntas de pie

cruzábamos las más hondas penumbras;

nos bañábamos en charcos de sombra entre los árboles

fingiendo que estábamos bajo el mar.

Una vez –cerca de la frontera del jardín–

oímos unos pasos en el camino del mundo:

¡cómo nos asustamos!

Susurré: "¿Alguna vez anduviste por ahí?".

Él asintió, y nos secamos las lágrimas...

Hubo una vez un chico.

Venía –muy solo– a jugar en mi jardín;

era callado y pálido.

Un día se marchó, y nunca dijo adiós.





To L. H. B. (1894–1915)

 

Last night for the first time since you were dead

I walked with you, my brother, in a dream.

We were at home again beside the stream

Fringed with tall berry bushes, white and red.

“Don’t touch them: they are poisonous,” I said.

But your hand hovered, and I saw a beam

Of strange, bright laughter flying round your head

And as you stooped I saw the berries gleam.

“Don’t you remember? We called them Dead Man’s Bread!”

I woke and heard the wind moan and the roar

Of the dark water tumbling on the shore.

Where--where is the path of my dream for my eager feet?

By the remembered stream my brother stands

Waiting for me with berries in his hands ...

“These are my body. Sister, take and eat.”



A L. H. B. (1894-1915)

 

Fue la primera vez desde tu muerte

que te encontré en un sueño, hermano mío.

Entre los pinos de frutitos rojos

estábamos en casa, junto al río.

"¡Son venenosos! ¡No te les acerques!,

¡Y no los toques!" te dije a los gritos.

Pero tu mano titubeó; oí risas

y vi que relucían los frutitos.

"¿No te acordás de cómo los llamábamos?

¡El pan del muerto!". Entonces desperté

y oí el gemir del viento y el traspié

del agua oscura sobre la ribera.

¿Dónde quedó el sendero de mis sueños?

Junto a aquel río mi hermano me espera,

las manos llenas de frutos pequeños:

"Son mi cuerpo, servite cuantos quieras."





Winter bird

 

My bird, my darling,

Calling through the cold of afternoon—

Those round, bright notes,

Each one so perfect

Shaken from the other and yet

Hanging together in flashing clusters!

‘The small soft flowers and the ripe fruit

All are gathered.

It is the season now of nuts and berries

And round, bright, flashing drops

In the frozen grass.’


 

Pájaro de invierno

 

Mi pájaro, precioso mío,

gritando entre el frío de la tarde...

¡Esas notas redondas y diáfanas,

cada una tan perfecta

arrancada de las otras y aun así

colgando juntas en racimos titilantes!

"Las flores pequeñitas y la fruta madura

ya fueron cosechadas.

Ahora es la estación de las nueces y las bayas

y de las gotas redondas y diáfanas

titilando sobre el pasto congelado."












miércoles, 22 de diciembre de 2021

Marcelo Dughetti


 
Marcelo Dughetti (Villa María, 1970)

Córtex, San Francisco, Córdoba, LaTita Editora, 2019. 




















no escribas nada que no puedas masticar
cuántas muelas saltaron con esa piedra
molino del odio
molino del odio
molino del odio
aspas rojas del molino del odio
azul de la palabra muerta
molino del odio
dos caballos fusteados
esmaltados en sangre
molino de sangre
odiados molinos
qué Castilla es esta y de qué Quijote
heridos caballos molineros de la piedra
del espanto aplastando los deditos de las niñas
rojas aspas, molinos de encantamiento
quién soy,
quién soy,
quién soy,
las máscaras de los seres que pululan en el molino
molino por la noche aspas de oro y fuego
molinos por las tardes
aspas de nieve y polvo
molinos por la noche
molinos por la tarde
no escribas nada que no puedas masticar
trozos de muelas clavados en el paladar
¡molinos entre sien y sien!
para colar vino del molino del encantamiento
molinos sucios de mirar oscuro esta mañana
que un poeta canta con una flauta de hueso
¡ay esos caballitos que gritan y te llaman!
marcelo,
marcelo,
marcelo,
gritan
amor
y te llaman
pon tu cabeza bajo la piedra de moler
ya pasa,
no duele,
ya pasa.












anoche cuando dormía
no fue bendita la rama
que oí quebrarse
con el viento y la lluvia
la rama oscura
oí quebrarse
sin dramatismo
puedo contar el pulso
que en ese instante
latía en mí
como cuando extraen
el corazón al transplantado
para volver a insertar
otro corazón
y enfrían la máquina
y enfrían el ser
por un instante tan corto
y tan decisivo
la rama fue mi corazón
mi pulso
no fue bendita la rama
que oí quebrarse
es un árbol acerado por asfalto y ausencia
de pájaros en su corona
los brazos
ya se han muerto
antes de suplicar
no hay flores
nunca las hubo
y el verdugo
casi no afiló su hacha
fue un sonido seco y sucio como cuando mueren
los justos
dormí mejor esa noche durmió mejor el mundo
ya no había árboles
la vida trabajaba
sin descanso
el pulso
los corazones manoseados
el asqueroso ir y venir
de la savia
de la sangre.












recuerdas cuando niño
el sótano al que bajabas
y escuchabas llorar al perro
intimidado por el viento
de unos árboles que solo eran sombras
te gustaba el aire enrarecido
las arañas florecidas como tristes frutos
de un reino que al hamacarse de la lámpara
encandilaba las ratas que a tu paso
comían de un cereal maldito lleno de excusas
noble y feliz asesino de una colonia
de seres olvidados y grises
puestos a cavar
la tierra con los dientes












al asesino 
que en tu árbol espera
dale de comer el hígado caliente
revuelve los intestinos el decir sin decir nada
y agrega dolorosa capa de lino

qué crecerá en las altas llanuras de la soja
cuando las máquinas el campo olviden

arar los recuerdos es compasivo
la humanidad entera arada e invisible












que los tigres llenos de azahares
y los lobos hambrientos vigilen tu paso
que duela tanto, tanto y tanto
que del dolor no se salve nadie
detrás del pensamiento la lluvia oscura
en láminas de acero está cayendo
los algarrobos tristes matan inciertos
pájaros de monte
y su musiquita












otra vez tormenta
corrimos con mi hija hasta la primera soga
donde se agitaban los pantalones
después ella se adelantó unos pasos hasta la segunda soga
éramos notas de un pentagrama de la felicidad
mi hija y yo instrumentos de los espasmos del viento
un pañuelo creció hacia el cielo de acero
y ensayó el vuelo de los odios dormidos
pero no se puede volar en tan terrible nave
era tan bello verte reír por ese pañuelo
y su ascenso truncado


































sábado, 18 de diciembre de 2021

Virginia Caresani

 

Virginia Caresani (Buenos Aires, 1973)

Formas de ser el río, Peces de Ciudad, 2020.

















De "Árboles"


V

Hay un árbol sin nombre que crece
en el corazón del parque.
La piel del árbol es picante.
Crece hacia los cuatro puntos cardinales.
De lejos parece un viejo que espera una visita;
de cerca es una habitación con la estufa encendida
y las cortinas abiertas.
Una rama crece al oeste y va formando penínsulas;
otra rama crece al sur y explota en hojas verdes
que subiendo se hacen plata.
El este del árbol es un hueco que detiene el tiempo
como el guiso de una madre.
Me quedo parada mirando hacia arriba
ese árbol tiene lo que yo no:
un cielo propio al que escapar en días
como hoy.





De "Lluvias"


III

Dejá que la lluvia caiga
y lo empape todo
con su olor a recién nacido.

Ese olor tibio que se bifurca.
Cae y asciende.
Cae y asciende.

Dejá que la lluvia caiga
y nos eche su sonido
de manos aplaudiendo
tímidamente
desde el fondo
como si hubiéramos hecho
algo bien.

Dejá que la lluvia caiga
y nos engrose
porque no hay nada
más triste
que el lecho
seco y partido
de algo que
alguna vez
fue un río.





De "Pájaros"


III

Lo vi moverse solo un segundo.  
Y la gracia de su azul brillante
se me quedó pegada en los ojos.

Inmóvil sobre sus aletas
suspendido en el tiempo y el espacio del agua
todo el día atravesado en la rosa china.

Me gustaría, solamente por una vez,
permanecer así de quieta.





De "Memorias"


II

Entendí cómo partir almendras
en el galpón de la casa grande
cuando ya no sabía en qué lugar
de la alacena estaba el azúcar.

Papá ponía la almendra limpia
de su funda verde
que parecía el carozo de un durazno
en el centro de la morsa
y con el oído del martillo
me enseño a escuchar
el sonido hueco
que habla del centro
en el que la semilla
 no se quiebra.

Mis primeros intentos
desparramaron la semilla
por los cuatro puntos cardinales.
Mis últimos intentos dejaron
sobre la mesa una semilla perfecta
con la cáscara arrugada
y color de chocolate.
Su forma de gota de agua
me dejó impresionada y triste

¿Cuántas cáscaras rompí
para tener cierta perfección
en el centro de mi mano?












domingo, 5 de diciembre de 2021

Carolina Musa

 


Carolina Musa (Rosario, 1975)

La soberana idiotez, Rosario, Brumana, 2021.








La ventana


Los horneros que construyeron el nido

sobre el tanque de agua

seguramente ignoran

cuántas generaciones de pájaros

siguen criándose ahí y seguramente

quien haya colgado la bandera

en ese cuarto ignora

el zarandeo multicolor sobre la pared del edificio

cada vez que enciende la luz.

Qué suerte –pienso– qué suerte

este palco mío caprichoso

donde apilo las variaciones mínimas

que se deslizan delante y detrás de los ojos

yo también soy el paisaje que envejece

la conciencia del tiempo

el escarabajito dado vuelta

ahhhhhhhhhhhhhh Antes

estos hallazgos me hacían mal.

Ahora los dejo pasar

como vehículos que se adelantan en la ruta

por la izquierda, o de frente: dos luces

se acercan y se agrandan

hasta convertirse en un sonido

que roza la ventanilla

desvaneciéndose al instante

¿y podrías asegurar qué clase de vehículo

fue?






Milonga sentimental*


Qué milagro vas a hacer ahora

pregunta una chica a un chico

a mis espaldas

mientras desayunamos 

en un bar, y en la voz

no hay sarcasmo

admiración sería más indicado

admiración apenas entrevista

–según infiero por la charla–

anoche y en lo que va de la mañana

¿Cuánto podría durar?

Al señor Darcy seguro le bastaba 

declaración semejante: «Usted 

me ha hechizado en cuerpo y alma»

hubiera confesado algo así 

tomando la mano de miss Bennet

en un campo sembrado de amapolas

bajo un sol parco de invierno (ella

es obvio eligió las cintas del vestido 

con la debida anticipación)

Anoto esta retahíla de gansadas en una servilleta

como quien hace tiempo entre dos trámites 

un poco por aburrimiento, otro

por la tentación de torear los principios deslizados secamente

en un fenómeno taller de poesía

y casi diría que lo logro

ajá ajáaa el amoooor

pero el viejo patriarca objetivista

disfrazado de reportero en el televisor

me chasquea los dedos, anuncia 

la congestión de tránsito

entre San Lorenzo y Puerto San Martín

Cínico el letrero en la pantalla indica:

Colapsó el puente Homero Manzi.


* Milonga sentimental es una milonga compuesta por Sebastián Piana en 1931, con letra del poeta Homero Manzi. La famosa versión de Carlos Gardel fue grabada en 1933.






Open mind


En un rincón de la cocina

a la izquierda de la puerta, colgado en la pared

un reloj redondo blanco (insondable

regalo de una tía) está parado hace meses

en las 8 y 45.

Más abajo, sobre la pequeña repisa

que rescatamos de la calle

un gato chino de la suerte

lleva varias semanas con el brazo quietito.

Los dos objetos

se han quedado sin pilas.

El feng shui recomienda (según he leído

en el apartado “tips tops” de una revista)

imperioso ocuparse de estos menesteres

“que paralizan toda gestación”. No obstante

lo que podría considerarse el súmmum de la dejadez

habilitó en la casa un rincón quieto

(que así lo nombro)

donde a veces corrijo unos textos

y donde acabo de mandar a mi hijo adolescente

a reflexionar.

Y hoy, viendo el problema

en su contexto estrictamente metafísico

me pregunto cómo hemos vivido siete años

sin sospechar la existencia de este espacio

aletargado reflexivo soliloquial meditabundo zen.

Así las cosas,

como una maniática de la aceptación universal

–con la coartada perfecta

para adormecer al pajarito de la nuca

que sugiere a diario comprar pilas

me acomodo en el rincón lápiz en mano

plenamente dispuesta y

con la solemnidad del caso

te recibo, parálisis.






Las cosas


A la siesta andábamos como fantasmas

en silencio, en bombacha, en puntas de pie.

Aunque no había represalias por el ruido

era una tradición

a medias apurada por el infierno del patio.

Mi hermana leía.

Yo pasaba horas sobre el cerámico fresco

jugando con una balanza:

dos platillos de plástico

y cinco pequeñas pesas grises.

Pesaba los objetos de la casa,

las muñecas, los adornos, los libros

algunas piedras y flores

que arrancaba del patio, la ropa,

las uñas de mi propia mano pesé.

Era cada vez una maravilla

pero no exactamente

la medida en gramos de las cosas sino

su relatividad, las relaciones fortuitas

de esos datos más o menos duros

4 medias=1 llave

1 birome=21 cartas

¿Qué es mayor o menor que qué?

la raqueta y la pava

los lentes y el pescado de cerámica

los libros ¿cuál libro?

La fascinación de ese acto

mecánico, cada vez

la soberana idiotez revelada en unas reglas

que aseguraban disponer el orden de las cosas.

“Estate atenta” dice el mensaje

que la de entonces, toda intuición,

me envió a través del tiempo

en una cápsula cromada.






Contramano


El bebé sobre mis hombros

señala hacia la izquierda

mi amiga levanta la cabeza

para atender su reclamo

yo miro hacia adelante

tres personajes en tres mundos

una foto tomada al azar, puro movimiento,

al fondo dos globos revelan el cumpleaños

y la señal de tránsito colgada en la pared

mueve la memoria hacia el patio de tierra

donde brotaban unas campanillas salvajes.

Me gustaba mucho ese cartel

rojo, austero, solo un guion blanco en el medio

con la inscripción CONTRAMANO

que repito en voz alta

y el sonido –se ve–

expulsa de su recóndito intersticio

al sueño que me despertó esta madrugada

y luego olvidé: Era un dinosaurio

herbívoro, cuello largo, un diplodocus

subido en una grúa petrolera en alta mar

exactamente sobre el brazo metálico

que extrae día y noche esa maldita bilis negra

¿qué hace ahí? Yo lo observo incrédula desde lejos

y la premonición, sine qua non, se cumple:

el dinosaurio vence el peso del brazo metálico,

el océano se traga

completa la escenografía surrealista

y no provoca un tsunami sino

un oleaje tierno, espuma blanca

desde donde viene una ballena franca austral

mirándome con su ojo-pelota

una revelación hay ¡ay!

en la hondura transparente de su ojo

¿un ensueño lejano y frío? ¿una promesa?

Afortunadamente soy incapaz de descifrar

los sonidos leves que agitaron el aire

y lo que sea que haya insinuado el cetáceo

sigue ahí, alegre, ingobernable,

hamacándose en el humo del café.






Intríngulis chiribitíngulis


Las palabras mágicas

caen livianas mientras te acomodás los ojos

debajo de los lentes. Busco y no encuentro

argumentos razonables en contra de tu idea

de suicidio: preferiría que no,

que fuéramos las dos viejitas del cuento

tomando sidra a la sombra de una parra

discutiendo una tontería por costumbre

brindando por los días aciagos en que ibas a

tirarte bajo un tren. Fumamos

y el humo va a parar a la mesa contigua

donde un gordito le pregunta a la madre

si en inglés es lo mismo with que witch.

Claramente alrededor la escena es una cacería de brujas:

la plaza a oscuras, el camión de mudanzas,

los polis tomando coca un poco más allá ¿lo ves?

no son argumentos son cábalas, intuiciones

para atrapar los cascarudos que se te escapan de la boca

estoy comiéndolos

y vomitándolos

por una simple razón:

que no te muerdan esos bichos tontos

siempre dispuestos a inmolarse panza arriba. Además,

¿no se pasa de lindo este asqueroso mundo?











lunes, 22 de noviembre de 2021

Diego Colomba

 

Diego Colomba
(San Nicolás, Santa Fe, 1972 / vive en Rosario)

Poetas que regresan a la patria de la infancia, Barnacle, 2021.



















Tu infancia puede ser un vasto eco

 
Los caminos que hacen las hormigas, el zumbar de las abejas, la luz que se astilla en unos vidrios... Un pájaro muerto incluso y el delirio de los crotos. Todo
reverbera. En el prodigio de un mundo indefinido.

 

 

 

Un aire descompuesto


Nadie quiso mojarse con la lluvia y las gallinas deambulan en el barro. Podés verlas, a través del mosquitero, si te parás en una silla. También el chirle resplandor que irradia el cielo. Se oye ahora cómo crece en la cornisa el repique granuloso del agua. Relampaguea un refucilo. La abuela pide que cerremos puertas y ventanas. Habrá que respirar el humo del tabaco, el vapor del caldo que está hirviendo en la cocina, el olor a querosén, a ruda, a madera apolillada de los muebles. Como si fuesen el oxígeno real de nuestra casa. ¿No somos, acaso, una familia?

 

 

 

 Verbo

Nadie pone en duda la hospitalidad de tus palabras, papá. Pero mirá cómo se llenan de polvo, girando en el vacío de la casa. Una vez vi tu foto de monaguillo: guardabas silencio al lado de Dios. Pero tuviste que hacerte carne, habitar entre nosotros. Sentir cómo el viento se mete en los resquicios, confunde tus palabras con el ruido del mar.

 

 

 

El planeta de la poesía

 

Esa noche caminamos en la luna. Nuestras sombras tenían el mismo diámetro que nosotros. Es que casi no tiene atmósfera la luna. En la tierra, en cambio, nuestras sombras se deforman. Y nos dejan respirar.

 

 

 

 Digno de alabanza

 

¿Qué sería de una vida dirigida, Francisco, por la

suave psicodelia de la mente? Habría que tener el

corazón fuerte para dejarse gobernar por la intuición.

Colocado con tus versos voy, bizqueando como un

chico la bengala encendida de tu imaginación. Hasta

me olvido, risueño, del poema en el que están. A vos

también parece sorprenderte la brasa en la yema de

los dedos y le das ese final algo forzado. Es evidente

que estás habitado por el genio. Y no querés dejar de

creer en la poesía.

 

 

 

 El sonido que uno no está seguro de haber oído

 

"¿Qué hacés durmiendo todavía?” La voz de mamá golpeó en mis oídos y me arrancó del sueño. Con la respiración pesada y la suficiencia de los que aún se saben vivos, sentí compasión (¿qué podía estar haciendo yo a esa hora?) por el fantasma trasnochado de mamá, atrapado en las minucias sin tiempo de nuestra vida en común. Antes de que el eco de su voz se perdiera para siempre, me propuse darle asilo en mi cabeza. No fue una buena idea, sin embargo… Con la clara luz de la conciencia, la voz de mamá se ha vuelto presa de mis burlas. De mis fáciles reproches. La voz de una madre necesita un corazón.

 

 

 

 Has vuelto, Leónov, a respirar el aire de la tierra

 

Tu misión marcha a las mil maravillas. Oís por primera vez el silencio en tu huevo espacial. Pero extrañas luces se aparecen a lo lejos y te salís de órbita. Ahora te estás precipitando como un gran carbón prendido. Ya te apagarás en la nieve terrestre. El frío te obligará a quemar ramitas que ahogan con el humo. Y el agua sucia del canal te mostrará algunas estrellas. Una de ellas serás vos, camarada Alexéi, cayendo.

 

 

 

 Un médium

  

Tu retrato de maestra novel hace silencio. Un vacío

de muerte. Pero también el soplo del pequeño

ventilador de pie y las pisadas del gato sobre las

chapas del techo me envuelven. Fantasmales. El

tiempo es el muerto que habla.

 

 

 

 Preguntas que se hacen con el cuerpo

 

Una vieja amiga hizo, con su propia espina dorsal, un

signo de pregunta. El signo de pregunta final.

Prolijamente dibujado, podía leerse en su joroba de

perfil. Algo, seguramente, en el oscuro mecanismo de

su cuerpo, quería una respuesta, al parecer más

importante que su propia vida. En apariencia menos

urgente, el cuerpo de papá también se mostró

interrogativo frente al mundo, sobre todo en la etapa

—que alguna vez denominamos— “nihilista”. Cada uno

de sus músculos parecía comprometido en gesticular,

mientras se llevaba algo a la boca —un pedazo de

comida, un cigarro, un vaso de ginebra—, una de esas

incómodas preguntas existenciales que llaman al

recogimiento y a la postergación de cualquier tipo de

decisión: “¿Para qué reproducirnos?”